Capítulo 1 - El secuestro

7 0 0
                                    


31 de enero de 2018

Aquella mañana, Alberto se despertó confundido. No sabía dónde se encontraba ni qué hora era. Apenas recordaba los últimos momentos que pasó en casa mientras tomaba su desayuno rutinario que se preparaba antes de ir a trabajar. Rosalía, su vecina, lo había espiado por la mirilla cuando se disponía a tomar el ascensor. Por desgracia para él, estaba fuera de servicio y tuvo que bajar por las escaleras. Su último recuerdo era en el portal, donde sintió un golpe fuerte en la cabeza y una oscuridad se abrió ante él.


¿Acaso estaba secuestrado? Si fuera así, ¿Cuál era el motivo? No tenía una cuenta corriente abultada ni tampoco le importaba a nadie. Alberto, era un ser tan solitario que ni tan siquiera tenía enemigos.


La luz de la habitación era tenue, unos rayos se filtraban a través de una pequeña ventana situada arriba en la pared. Todo apuntaba a que se encontraba en un sótano y empezaba un nuevo día. ¿Cuánto tiempo había estado inconsciente? El dolor en la cabeza era insoportable, fuera quien fuese quien lo había secuestrado quería asegurarse de dejarlo fuera de combate. El entumecimiento de sus músculos, indicaba que le habían suministrado algún tipo de droga para mantenerlo retenido.


Alberto miraba atónito a su alrededor,no daba crédito a lo sucedido. El espacio estaba desordenado y el olor era nauseabundo. Tal y como se encontraba el lugar, se podía suponer que su dueño no había limpiado en años. Se levantó cuidadosamente por temor a hacer ruido y que sus captores oyeran que estaba despierto. Su afán era buscar entre aquellas cajas de cartón arrinconadas y enseres varios, alguna pista que le indicara su ubicación o información acerca de quienes le habían llevado a esa situación. Las cajas no parecían contener nada de valor. Abrió una caja sellada y solo encontró una pila de la revista "Tiempo"junto con algunos DVDs de películas que regalaban con la propia revista. Nada que pudiera serle de utilidad. Además, había una vieja lámpara de mesita de noche, un perchero y una gran congelador horizontal desenchufado sin nada en el interior. Trastos inútiles que habían sido amontonados por un dueño con falta de espacio y no saber qué hacer con ellos.

Con anterioridad a esta búsqueda infructuosa, ya había revisado la puerta de la estancia, como era de esperar cerrada y bloqueada con un pestillo y candado al otro lado.Al menos eso pensó por el ruido metálico que se oía al zarandear la puerta. La empujó, la pateó e incluso pegó la oreja en busca de algún sonido o voz de alguno de sus captores. Todo era una pérdida de tiempo.

De pronto, el silenció se vio quebrado por la vibración de un teléfono móvil y provenía de uno de los cajones de la mesita de noche. ¿Cómo no había revisado algo tan obvio? Definitivamente, la droga le había nublado la agilidad mental. El teléfono, no era suyo y en la pantalla figuraba la llamada entrante como"desconocido". Alberto dudó por unos instantes si atender la llamada o dejarlo pasar. Finalmente, pensó en descolgar, pues su situación no podía empeorar más.


Se equivocaba.


Al principio solo se oía un silencio casi sepulcral al otro lado de la línea y Alberto aguantaba la respiración esperando acontecimientos.Durante su adolescencia, Alberto había sido campeón de ajedrez a nivel regional y era un buen estratega. Él sabía que cualquier movimiento en falso, podía costarle la vida. Pasados unos minutos,una voz de una mujer joven empezó a hablar.



-¿Es usted Alberto García, correcto?- preguntó la voz de mujer desconocida.

- ¿Quién es usted? ¿Por qué estoy aquí? - preguntó con inquietud Alberto.

- Lo importante no es quien soy yo, sino quién es usted. - sentenció la mujer.

- Desconozco quiénes son, ni qué quieren de mi, pero ahora mismo voy a colgar y llamar a la policía.-contestó Alberto nervioso.

- Yo si fuera usted no haría eso, podría haber consecuencias nefastas para usted. No llamé a nadie de su entorno ni tampoco a la policía. Usted hará lo que yo diga. ¿ Me ha comprendido?- dijo de manera tajante la desconocida.

- Si, perfectamente.- contestó Alberto.

- Le llamaré en las próximas horas para comentarle los siguientes pasos a seguir.- dijo la mujer y luego colgó.


Las últimas palabras de la mujer desconocida aún resonaban en la mente de Alberto cuando se percató que esa voz le era extrañamente familiar. Sin duda, en algún momento de su vida, había escuchado esa voz inconfundible, con un tono tan particular. La pregunta era si conocía a aquella mujer y en ese caso por qué no recordaba nada de ella. Por un momento, pensó que todo eran alucinaciones debido a la droga que le habían suministrado.

A la inquietud de estar secuestrado, se unía el nerviosismo de la llamada de la mujer y su extraño mensaje. La hora a la que se produciría la siguiente llamada era una incógnita y Alberto no conseguía mantener la calma. En un momentode desesperación, comenzó a dar golpes con los puños cerrados contra la pared, maldecía su sino de estar encerrado sin saber qué le depararían los acontecimientos.

El tiempo avanzaba lentamente y apoyó la espalda contra la pared dejándose caer despacio hacía el suelo. La tristeza acudió a su encuentro y las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos. En un acto reflejo, se tapó la cara con las manos, a pesar de que nadie lo observaba. Tras una media hora, un tiempo eterno para él, su mente se encontraba distraída y había empezado a divagar sobre los últimos días antes del secuestro. Si había una cosa que no le podían arrebatar era la libertad de su mente.

La persistencia de la maldadWhere stories live. Discover now