La renuncia del autor

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Esa primera noche que pasó fuera de su aldea fue la más oscura que había visto en años. Kardo suspiró. El opaco resplandor de las lunas se ahogaba entre las nubes, murió cuando fue enfrentado a las estrellas de neón de la ciudad. Vio su reflejo en la ventana: unos ojos rojos le devolvieron la mirada.

‒¿Distraído?

‒No. Sólo pensaba ‒arrastró las palabras igual que la mirada.

Frente a él, un hombre de negocios, traje de paño, corbata, pobre vocabulario. Parecía ansioso por hablar. No todos tenían la fortuna de escuchar las historias detrás de la familia Torn. Kardo, sin embargo, deseaba alimentar su alma con las perspectivas de ese hombre antes de descargar los secretos que tanto le pesaban.

‒Entonces...

‒¿Qué te ha parecido esta ciudad? ‒Le atajó Kardo ‒También es la primera vez que la visito ‒era muy pronto para volverse el foco de la charla ‒Aún no me aprendo su nombre, pero aproveché el día para pasear: hay muchos parques, muchos parques y monumentos.

‒Es bastante... animada. Nunca había salido de tierras humanas: pensé que todo sería un poco diferente. Realmente me sorprendí cuando bajé del avión.

El hombre de negocios posó un brazo sobre el espaldar de la silla y miró a su alrededor: camareros caminaban entre las mesas en un ambiente de aromas suaves y música aún más suave, de esas que alimentaba las pretensiones de los ricos. Era algo común de donde él venía, pero toda una rareza en una región tan lejana y que tantos consideraban pobre y mal administrada. No era muy diferente a otros restaurantes a los que había ido, cosa que lo inquietaba aún más que el obvio detalle de ser el único humano en kilómetros a la redonda.

‒¿Esperabas encontrarnos viviendo en las copas de los árboles? ‒Kardo agitó las orejas ‒¿En chozas de paja? ¿quizás en cuevas, en medio del bosque?

En lo que esperaba una respuesta, inclinó la cabeza en ese gesto que su especie parecía haber heredado de los gatos.

‒¿Sonaría muy ignorante si digo que sí? ‒preguntó el hombre de negocios.

Kardo sonrió y negó con la cabeza. Era una respuesta divertida.

‒Hay varios como ustedes en Nuevo Mundo; bueno, en Nuevo Mundo hay personas de todas partes; pero uno escucha historias por aquí y por allá sobre ciudades exóticas, sobre los tiempos de la conquista y ese tipo de pendejadas. Nunca pienso mucho en eso... ‒continuó el interrogado.

‒Pero llegaste al aeropuerto pensando que encontrarías una ciudad entre los árboles, y un montón de personas ignorantes que no saben lo que es la televisión o los celulares o la red.

El humano levantó los hombros y asintió a medias. Su boca se torció hasta dar forma a expresiones que le causaron aún más gracia a Kardo, quien ocultó su ligereza expresiva tras una copa de agua.

‒Supongo que uno espera encontrarse con un mundo nuevo y distinto. Por un lado, es sorprendente ver tiendas de videojuegos y computadores y más mierdas de ese estilo. Por otro lado, da un poco de pesar, porque aquí las cosas no son tan diferentes. Se nota que no es igual que en Nuevo Mundo... pero todo tiene un no sé qué familiar.

‒Esa es la tragedia de vivir en la capital del mundo ‒opinó Kardo ‒Todos miran hacia ustedes y todos los imitan... o al menos todos los que quieren ser "modernos". Antes, teníamos nuestras propias lenguas y costumbres. No es que yo lo viviera, si fuera humano, apenas sería un adolescente, pero he leído y vivido mucho y aún hay partes del mundo que no cambian: las turísticas más que nada. En cualquier caso, no esperes encontrar mundos de fantasía y personas viviendo en los árboles. Acostúmbrate a ver ciudades parecidas a la tuya, solo que más pequeñas y desorganizadas... o ve al campo, a una comunidad apartada del mundo.

Los Tiempos de HidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora