XVII

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Me siento sobre la cama, abro los ojos, respiro agitadamente. Oigo el eco de lo que fue una risa. Una carcajada que ha perturbado mi sueño. Quiero salir de mi celda, ver quién está fuera, pero al ser de noche, cerraron mi puerta. Me tengo que contentar con la pequeña rejilla que hay en la puerta. Me pongo de puntillas y miro al exterior. Apenas veo nada y no es porque no llegue al ventanuco, más bien, es porque solo puedo ver la ventana al exterior y adivinar la luz de las lámparas del pasillo central.

Espero a ver si pasa algo, pero nada se mueve. Vuelvo a mi cama y con la misma facilidad con la que me levanté y entro en un sueño profundo.

Me despierto, por segunda vez. Ya desbloquearon la puerta de mi habitación. Oigo pisadas al otro lado de la puerta, ágiles y rápidas. Luego otras más torpes, o esa impresión me dieron. Abro mi puerta para desvelar la causa de tales movimientos.

Cuando salgo, me encuentro a muchas personas en corros pequeños, comentando algo que está a mi izquierda. Miran de reojo, y siguen hablando, sin señalar. Otros me miran a mí, el nuevo sujeto que apareció en escena. Giro la vista, para ver qué es lo que está mirando y veo una mancha inmensa de sangre. Cristina no está en su celda y su puerta está entreabierta. La mancha se extiende hacia su puerta. La empujo ligeramente y puedo comprobar que la mancha es más extensa de lo que se mostraba. Los presentes se han quedado sorprendidos de mis movimientos, y ahora ellos también miran al interior. ¿En serio tenía que venir yo para que alguien hiciese algo?

Sigo mirando la mancha de sangre. Al fondo de la celda, me parece ver un objeto, del mismo color que el charco. Entro en la celda, cuidándome de no pisar el líquido purpúreo. Y recojo aquel objeto. Es blandito, viscoso y cabe en el cuenco de mis manos... repulsivo, me dan ganas de soltarlo. Pero hago un esfuerzo y salgo de la celda como entré. Cuando salgo, tengo encima de mí la mirada de todos los presentes. Me quedo quieta, ¿por qué me miran así? Rectifico, están mirando eso que tengo entre manos. Algunas personas lanzan grititos de exclamación. Oigo con una voz estupefacta, por encima del resto, exclamar "¡Un corazón! Y ese es el terrible momento en el que me doy cuenta de lo que tengo entre manos. Como si despertase de un sueño, lo suelto y cae al suelo. Un ruido húmedo, de esa cosa viscosa contra el suelo, es lo que oigo, antes de comenzar a marearme. Llegan algunos médicos. Ven mi hallazgo, y mi estado. Me llevan, a los sillones, y vuelven a escenario de sangre. Poco a poco... voy conectando ideas, y me doy cuenta... de lo que está sucediendo.

Mi cabeza se está recuperando, y cada segundo lo veo todo más claro.

Han matado a Cristina.

Lo siguiente pasa muy deprisa. Los médicos pasan, buscando algo. Se me acerca gente desconocida y me miran con cara triste, luego pasan. Llega Sara, Noemí y Leire, en diferentes momentos, con compañías igual de distintas. Al final se quedan hablando conmigo. De vez en cuando se levantan a preguntar si hay alguna novedad acerca del asesinato, pero no parece que esta tragedia quiera encontrar su desenlace. Pasa el tiempo y cada vez se pregunta menos por novedades.

El tema se da por zanjado, cuando vuelven los médicos de algún lugar donde investigaban todo y solo son capaces de confirmar, que el corazón era de la paciente 106, y que el cuerpo sigue en paradero desconocido.

Alguien ha logrado entrar en su habitación. Burlar toda la seguridad. Matarla sin que nadie se diese cuenta de nada. Y quedar impune porque no encontraron el cadáver. La pregunta para la que no encontraba respuesta es ¿Quién deseaba la muerte de Cristina? Y ¿Quién sería capaz de ejecutarla de esa forma tan macabra y prefecta?

Espero que esas preguntas tengan una respuesta, porque... si no la tienen, significa que podría haber sido cualquiera. Eso lleva a pensar que aquí no estoy a salvo.

Me vuelvo a marear y dejo de atender a la conversación que estaba manteniendo con las chicas. Cuando me recupero, ellas me están mirando fijamente.

– ¿Estás bien? – me pregunta con mirada inquisitiva.

– Nadie... está a salvo...– Balbuceo, todavía en trance.

– ¿Cómo dices? – salta Sara, visiblemente inquieta por lo sucedido.

– Nada, me he mareado un poco. Creo que es por la regla, algunas veces lo paso peor los últimos días– Suelto sin pensar.

Sería una mentira convincente si el mareo fuese un síntoma común, pero sé que no lo es.

– Creo que deberías comer más, a la hora de la comida siempre veo que te dejas la mitad del plato– comenta Leire, y no me queda muy claro si lo hace para ayudarme.

– Sí, puede ser eso, trataré de comer más la próxima vez. – Me levanto– Voy a tomar el aire– anuncio, sin esperar respuesta.

– ¿Quieres compañía?– pregunta Sara.

– No gracias, preferiría pasear sola– aclaro, y decoro con una sonrisa cariñosa que quizá haya quedado como una mueca.

Me giro y me dirijo a la salida, al patio, a la libertad.

Comienzo a caminar en círculos indefinidos. Veo a muchas personas a cada vuelta que doy, pero acaban siendo las mismas y cada una inmersa en su mundo, en su actividad. Veo a lo lejos a Sergei. Me saluda, le saludo. Se acerca a mí y a medida que se acerca, veo lo que está haciendo: comer uno de los pájaros que parece haber cazado hoy y desplumado.

Nada más acercarse me susurra:

– ¿Te puedo confiar un secreto?– dice misteriosamente.

– Sí por supuesto– respondo intrigada.

– Creo que la comida tiene algo malo para nosotros, he oído que puede llevar medicamentos que acaban llevándonos a la muerte. O te transforman en asesinos. –Hace una pausa– Pero tengo una solución: comer estos pájaros–dice señalando los pájaros que lleva y le pega un bocado al que tiene entre manos enfatizando fu afirmación.

– No creo que hagan eso, ¿debería decirnos lo y que les diésemos nuestro consentimiento, no?

– Confías demasiado en los médicos, hazme caso, no comas hoy ni mañana a ver si te sientes diferente.

No e veo nada malo a hacer la prueba, así que acepto. Él me da algunos pájaros que ha cazado. Y yo prometo que me los comeré en vez de la comida. Aunque en mi mente esté pensando en cómo hacer desaparecer esos pájaros, ya comeré otra cosa.

Me despido de él, y sigo caminando sin rumbo.

Me invade un deseo de encontrar a alguien, con quien pasar el rato, con quien la tarde se hiciese más corta... pero sé que Morgan, no está aquí. Ya no está.

Morgan... te echo de menos. Mi mente susurra estas palabras, mientras una brisa se lleva las hojas de otoño hacia el río.

Las lágrimas acuden a mis ojos... ¿por qué me siento así? Me da rabia. Golpeo un árbol, dos, tres. Mis nudillos me duelen y sangran.

Va a ser mejor que vuelva al edificio principal.

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