"El diario de Clarke Griffin, parte 1"

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CAPÍTULO 1

"El diario de Clarke Griffin, parte 1"

Verano de 2008

Putos mosquitos.

Es que no respetaban nada, en serio. En su incansable afán por ir chuperreteando sangre por aquí y por allá, no tenían la más mínima sensibilidad por las necesidades ajenas. Ni la más mínima sensibilidad, ni la deferencia de darle tan solo unos minutos para poder continuar aquella inesperada, a la par que increíblemente interesante, lectura, sin tener que estar pegándose manotazos cada dos por tres en cada centímetro cuadrado de su anatomía. Y no era fácil seguirles el ritmo con una mano ocupada por la linterna, cuya luz le permitía avanzar por las páginas de aquel diario que alguien había dejado olvidado precisamente allí. Lo habían abandonado así, como si nada, bajo la almohada de aquella litera. Más concretamente bajo la almohada de "su" litera. Si eso no le otorgaba el derecho y, es más, el deber de leérselo de cabo a rabo sin sentir culpabilidad ninguna, que bajara Dios y lo dijera. Así que, mientras esperaba la posible segunda venida de nuestro salvador Jesucristo, allí estaba, devorando páginas a un ritmo vertiginoso, y con más ganas de descubrir si "Mi gran amor Brian Connelly" acudió finalmente, o no, a la fiesta de cumpleaños de Britney McDonald que de saber quién sería el ganador de American Idol.

¡Joder, menudo susto! Casi se le cayó el diario al suelo de la impresión, porque, sin previo aviso, el brazo de Raven había caído como un peso muerto desde la litera de arriba y se balanceaba ligeramente de un lado a otro mientras su dueña seguía roncando desde las alturas, como si no tuviera ni una preocupación en el mundo. Ni una sola. Le golpeó la mano con fuerza, molesta por el amago de infarto que le había provocado, y escuchó cómo cesaban sus ronquidos tras un ruido sordo semejante al gruñido de un cerdo. Pura poesía. Volvió a golpearle la mano y, por fin, debió caer en la cuenta de que había perdido una extremidad y la replegó de vuelta a su territorio. Segundos después, su amiga retomaba los ronquidos. Buff...

El décimo mosquito de la noche atacó su cuello. La gota que colmó el vaso, porque es que ya no aguantaba más. Era verdad que había respondido "Tú lo flipas" cuando su madre le repitió, por centésima vez, que se echara aquel repelente de mosquitos por las noches para evitar la masacre, pero es que por muy mal que oliera, y olía muy, muy mal; situaciones desesperadas requieren de medidas desesperadas, y su madre no tenía por qué enterarse jamás. De modo que, dejando la linterna y el diario de la tal Clarke Griffin a un lado, se levantó de la cama y se dirigió a su mochila, que descansaba apoyada contra la pared a escasos metros. Se movió con sigilo para no molestar a la cerda durmiente ni al resto de ocupantes de la cabaña. Así, muy bien, ni un solo sonido, con la elegancia de un gato en mitad de la noche, con la habilidad de un ninja, cinturón negro en el arte de... ¡me cago en la puta! Apretó la mandíbula mientras se sujetaba el pie entre las manos saltando a la pata coja, porque se había golpeado el dedo meñique contra la pata de la cama de Octavia, y a lo mejor el gato ya no parecía tan elegante.

—El karma es una puta —escuchó el susurró de Octavia.

Bah. Decidió ignorarla, y continuó con su camino hacia la mochila, tragándose los improperios que aquel golpe a traición había gestado desde la boca de su estómago. "¿No se te ocurrirá leerte el diario, Lexa?", "Son los pensamientos íntimos de alguien, Lexa", "Debería darte vergüenza, Lexa", "El karma te lo devolverá, Lexa", "Bla, bla, bla, Lexa". En ese plan habían estado Raven y Octavia desde que encontró el diario aquella tarde cuando los monitores les cambiaron de cabaña. Menudas Pepitas Grillo tenía por amigas.

Se hizo con su repelentemente repelente "repelente de mosquitos" y, cuando se disponía a regresar a su lecho pasando junto a la cama de Octavia, la Pepita Grilla número dos; volvió a susurrarle de nuevo:

Cosas del destino (Publicado con LES Editorial)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora