532K 15.4K 4.9K
                                    

—Vamos Leslie, no me dejes de lado ahora... —le suplico a mi mejor amiga.
—Lo siento Soph, pero he quedado con Liam y tengo que irme —coloca mejor su mochila en su hombro derecho y busca su teléfono dentro del bolsillo pequeño.
—No puedo creer que prefieras a tu novio antes que a tu mejor amiga —la miro mal y abrazo mis cuadernos y libros contra mi cuerpo. Alzo la mirada hacia el cielo durante unos segundos y entrecierro los ojos ante las nubes grises que tapan el azul.
—Olvidé avisarte... Te recompensaré —dice alejándose cuando ve llegar a su novio al aparcamiento del instituto con su BMW x6—. ¡Te quiero!
Yo ruedo los ojos y veo cómo se sube al coche de Liam. Pongo los ojos en blanco al ver cómo empiezan a darse el lote y suspiro. Miro la hora en el reloj de mi muñeca. Observo a mi alrededor mientras pienso en cómo volver a casa y caigo en que debo ir andando sí o sí. Me llevará rato... Unos 15 minutos, más o menos.

Maldigo a mamá por lo bajo por insistir en que soy demasiado joven para tener mi propio coche. ¡Tengo 17 años! Tan sólo me queda éste verano para ir a la universidad.

Empiezo a andar por el aparcamiento hasta que salgo del recinto mientras estoy absorta en mis pensamientos cuando noto cómo pequeñas gotas caen sobre mi cuerpo. Gruño al ver que está lloviendo. Seguramente vuelva a caer una tormenta de verano, típicas aquí, en Los Ángeles.

Suelto un quejido en voz alta e ignoro la mirada de una mujer que pasa por mi lado. Le echo una mirada asesina como si eso fuese a funcionar para que su paraguas vuele de su mano a la mía.

Las gotas cada vez son más gordas, así que me pongo la capucha de mi sudadera, intentando que eso evite que me moje pero me doy cuenta de que no sirve cuando empiezo a empaparme.
Miro a mi alrededor pensando en mis opciones y al toparme con una cafetería que parece acogedora, entro rechistando. No me gusta nada entrar a cafeterías, bares o restaurantes yo sóla -a locales, en general-, odio cuando la gente me mira de arriba a abajo, como analizándome. Tal vez es porque no soy muy social.
Al instante me invade el olor a café y a dulces. Delicioso y tentador, pero niego para deshacerme de la idea de comerme un buen bollo. No puedo permitírmelo, no ahora que ya tengo mi vestido de graduación y mis bikinis comprados. Lo siento, pero después de un año matándome a hacer ejercicio, lo último que quiero es pasarme otro más.

Y todo esto viene por la perra de Kaitlyn. Ella y sus amigas con garras de gata y pelo de plástico siempre han utilizado mi punto débil para meterse conmigo. Saben dar donde duele.

Nunca he sido una chica con abdomen plano, piernas largas ni piel perfectamente broceada, suave y brillante. De todas maneras, ahora me veo mucho mejor que antes. Con mis curvas, mi gran trasero y mis piernas definidas por todos los días que me he pasado corriendo por la costa o encerrada en el gimnasio.

Retiro el pelo mojado que se me pega a la cara y lucho por quitarme la capucha de los ojos. Cuando estoy peleándome conmigo misma por ser tan estúpidamente tonta como para no poder quitármela, siento un impacto contra mi cuerpo y un líquido caliente recorrer mi cuerpo y empapar la tela de mi sudadera.
Tiro mi cabeza hacia atrás haciendo que al final pueda ver y miro sorprendida al chico que tengo delante.
-¡¿Eres idiota?! ¡Mira lo que has hecho! -señalo la gran mancha de café. Él la mira algo avergonzado y de un segundo para otro paso a sentirme mal por haberle hablado mal.
-Lo siento... No fue mi intención. No te vi. Yo...

Bufo sin apartar la mirada de mi sudadera blanca. ¡Blanca!

-A la mierda mi sudadera favorita... -susurro para mí misma suspirando.

-Yo... Ehhhh... -balbucea mirándome-. Puedo prestarte la mía, si quieres.

Asiento a su ofrecimiento y le sigo hacia lo que imagino es el almacén.

-Gracias. Mamá me mataría si llego así a casa.

Él descuelga la prenda de una percha y me la da riendo levemente. Ya no parece tan avergonzado como antes. Dejo mi mochila en el suelo y me quito la sudadera quedando en una camiseta sin mangas.
Noto cómo aparta la mirada disimuladamente de mi cuerpo y agarro la que me da. La meto por mi cabeza hasta que pasa de largo de la parte alta de mis muslos.
-Te queda muy bien -dice volviendo a posar la mirada en mí.
-Me queda algo grande -río levemente y guardo la mía en mi mochila-. Gracias de nuevo.
-No es nada -sonríe y volvemos a la cafetería. Sigo apartando los molestos y mojados mechones de mi cara y me siento en un taburete de la barra-. ¿Quieres algo para tomar?
-Sí. Dame un café, con mucha leche y mucho azúcar, por favor. Ah, y para llevar -saco mi teléfono del bolsillo de mis pantalones y le mando un mensaje a mi madre avisándole de que tiene que venir a buscarme. Le mando mi ubicación y vuelvo a guardarlo mientras espero.
-Eso no es un café de verdad -me dice de espaldas a mí, preparando mi pedido. Miro su espalda. Lleva una camiseta de manga larga que se ajusta algo a su cuerpo. El chico está bastante bien y es muy guapo. Me fijo cuando se da la vuelta y deja el vaso de cartón delante mío.
Tiene el pelo muy castaño, casi negro. Mandíbula algo marcada, ojos verdes con toques marrones y unas bonitas y largas pestañas.
¡Qué injusticia! ¿Por qué las pestañas bonitas y largas les tocan a los hombres? Si Dios me las hubiese dado a mí, no tendría que hacer un gasto innecesario en máscara de pestañas.

Rodeo el vaso con mis dos manos y suelto un suspiro de alivio cuando se me vuelven calientes. Hoy no hace mucho calor y haber acabado empapada de arriba a abajo no contribuye.

-¿Cómo que no es un café de verdad? -dejo de analizarle y subo mi mirada a sus bonitos ojos. Estoy jodida. Odio a mamá y a papá por haberme hecho con unas hormonas revolucionadas y con una gran atracción hacia los hombres. Ah, añado también, muy enamoradiza-. ¿Por qué no?

-Porque el café hay que disfrutarlo y saborearlo, si le echas mucha leche y mucho azúcar pierde el encanto -ríe y yo inclino la cabeza pensando en ello. Supongo que tiene razón.

Saco el dinero de mi mochila y le miro preguntándole con la mirada cuánto tengo que pagarle. Él niega y se seca las manos en el pequeño delantal que lleva.

-Invita la casa. Ya sabes, esa mancha no va a desaparecer... -sonrío apenada y asiento.

-Era mi favorita... -hago un pequeño puchero y me levanto-. Y, eh... ¿Me paso mañana por aquí para devolverte la sudadera?

-Claro, aquí estaré. Tráete una de repuesto por si acaso -bromea y yo le fulmino con la mirada. Al final dejo escapar una pequeña carcajada casi inaudible.

-Espero que no haga falta porque sino te quitaré esos ojos a cucharadas y me los quedaré.

-Los tuyos también son bonitos, pero de todas maneras, tendré cuidado -sonrío orgullosa y me levanto-. Bueno, nos vemos mañana entonces. ¿A la misma hora?

Asiento y cojo mi vaso de café. Sonrío como despedida y salgo del local justo a tiempo para no mojarme. Mamá me mira curiosa pero yo la ignoro.

Cojo la gruesa tela de la parte del cuello con mis dedos y la llevo a mi nariz. Sonrío al notar lo bien que huele a perfume masculino y la suelto.

Ahora puede que sí que agradezca un poquito que se haya chocado conmigo provocando esa gran mancha de café.

N/A:
Muchísimas muchísimas muchísimas gracias a todas mis mutuals de twitter que me dieron sus opiniones y me animaron para subir este primer capítulo de mi nueva novela, os adoro. Y para la gente nueva, espero que os guste, ¡gracias!

MíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora